Existe una tensión permanente entre la libertad de los individuos y un bienestar igual para todos ellos. La libertad individual en una economía de mercado puede dar lugar a – y de hecho conlleva- grandes diferencias de bienestar material. Programas para igualar el bienestar erosionan o destruyen las libertades ejercidas por los ciudadanos en las sociedades de mercado. Estas libertades están garantizadas por un sistema de «derecho legal» universal -el «imperio de ley», bienestar como decimos a veces-. Si la «justicia social» exige igualdad de bienestar, ¿es entonces un ideal incompatible con el respeto hacia el derecho legal?

Algunos dicen que sí y nos urgen a que abandonemos cualquier lucha por este espejismo de justicia social: otros dicen que sí y nos urgen a que abandonemos nuestro apego burgués hacia el derecho legal y el imperio de la ley. Lo que yo entiendo por punto de vista «socialdemócrata» es que debe existir un camino intermedio. A pesar de las reconocidas tensiones entre libertad e igualdad (material), la sociedad perfecta es la que intenta equilibrarlas.

Este libro es un intento de respaldar ese «camino intermedio» con argumentos rigurosos en lugar de meras afirmaciones. Los principios en los que se basan estos argumentos son pertinentes para los siguientes ensayos sobre otros temas de filosofía legal y política, y en ellos son tratados con más detalle. La preocupación básica de todo ello ha sido la justificación, el intento de justificar las reivindicaciones legales y la afirmación de deberes tanto en el nivel general de la libertad civil y la obligación política como en niveles más concretos, como son la privacidad, las promesas y la reparación del daño. ¿Dónde están los límites exactos del derecho individual, colectivo o incluso nacional? Aunque lo que ofrezco aquí es una recopilación de ensayos escritos por separado con ánimo de suscitar polémica, cada uno sobre un tema específico, espero que la obra completa exprese un punto de vista coherente basado en unos principios compatibles entre sí. El trabajo fue encargado y el título fue decidido antes de la formación del nuevo Partido Socialdemócrata en Gran Bretaña. No pertenezco a ese partido y opino que no tiene derecho a tomar como suyo en exclusividad el concepto de «Socialdemocracia». Por tanto, decidí no cambiar mi título (ni mis opiniones), a pesar de correr así el riesgo de que me considerasen propagandista de un partido y no de un conjunto de principios.