Ser mujer y ser pobre. Ésas fueron dos condiciones cruciales para integrar, con dudoso honor -y salvo algunas excepciones socioeconómicas-, el tenebroso conjunto de fichas que son los libros del Registro de Penitenciaría, dedicado a los reos y reas encarcelados en Guadalajara desde una década antes del inicio del porfiriato a una después de su conclusión. En esa cárcel de papel, que aprisiona a las reas en pequeñas fotografías de menos de medio cuerpo y las limita biográficamente por medio de breves y entrecortadas descripciones antropométricas y jurídicas, las mujeres no sólo quedan condenadas a diversas penas -acordes, en la época, al delito que cometieron-. También, y junto con todas aquellas que, siendo asimismo mujeres y pobres, no robaron, ni abortaron, ni mataron, ni riñeron ni fueron infieles a sus esposos, o lo hicieron y no las atraparon, quedan condenadas al olvido. La historia olvida fácilmente a las mujeres. La historia olvida aún más fácilmente a las mujeres pobres.
Este libro es el resultado del esfuerzo por recordar y, al mismo tiempo, el improbable homenajea algunas de las mujeres que fueron condenadas a la cárcel y, de paso, al olvido.
Concretamente, a aquellas que, en un gesto pequeño -pero también suficiente- de pudor, dignidad o, quizás, sumisión, le plantaron cara a la posteridad parapetadas tras su rebozo, envueltas en él con rabia, miedo, perplejidad, tristeza o cualquier de las muchas emociones que hoy podemos inventar en ellas cuando les miramos a los ojos en sus retratos fotográficos.