De manera sigilosa y mientras la ciudad dormía, la mañana del 9 de enero de 1967, el clima extremoso de la Sultana del Norte realizó una de sus faenas más memorables. Copo a copo, la nieve como nunca se había visto –superando a la nevada de 1895– apareció sobre cada cumbre, árbol, tejado, coche, calle y banqueta de Monterrey. El paisaje fue espectacular y la nevada sin precedentes que cubrió a la ciudad de blanco, sorprendió a quienes se asomaron a las ventanas con la primera luz del día. “¡Hay nieve en Monterrey!”, decían algunas voces, entre incrédulas y entusiasmadas. “Levántate, hijito, afuera hay nieve”, exaltadas iban las madres de familia a levantar a sus hijos. Cualquier persona mayor de cincuenta años difícilmente olvidará que una mañana la nieve se hizo presente y entonces aquella ciudad en desarrollo, de calles apretadas y casi un millón de habitantes, quedó envuelta en un aire distinto. El manto blanco alcanzó hasta sesenta centímetros de altura, los rollos fotográficos se agotaron en las primeras horas de aquella mañana y hasta postales que le dieron vuelta al mundo, quedaron para el recuerdo.

“Daniel Gallardo ya nos había sorprendido con su magnífico libro sobre el Hotel Regis, testimonio sobre el terrible sismo que afectó a la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1895; hoy, aparte de asombrarnos, nos deleita con su más reciente investigación: La gran nevada de Monterrey”. – Héctor Jaime Treviño Villarreal